El orgullo es algo que brota por algo que sientes que es tuyo, me refiero al orgullo de sentirse ancho, amplio, gigantesco cuando alguien te dice que tu nota es una maravilla, cuando alguien te dice que tu hijo es hermoso, cuando lo ves leer de corrido una carta que te escribió o simplemente cuando te dice "Papapi". Ese orgullo es el que me gusta, no el orgullo, de no le hablo hasta que no me hable, ese orgullo que luego disfrazamos de dignidad y que por lo regular es más bien, un amor propio lastimado.
Pues bueno, estoy orgulloso de muchas cosas y personas, pero en particular estoy orgulloso de haber hecho tres cosas en esta vida:
1) Mentarle la madre a Pete Wilson
En un desfile del Memorial Day en San Diego, me di el lujo de pintarle dedo en el rostro al nefasto gobernador de California que promovía la Ley 187 para quitarle todos los derechos y casi darles una patada a los inmigrantes mexicanos.
Mi tía Elsa, una adorable republicana nacida en Santa María la Ribera, pero avecindada en Estados Unidos desde hace 40 años, me llevó a ver la parada en ese día de asueto, aprovechando que había ido a visitarla de pasadita luego de una carrera en Fontana.
Mi tía, que apunte al calce cocina como los ángeles, mejor que nadie en el mundo exceptuando a mi Papá, se sentía muy orgullosa del desfile y me presumió que ahí venía en un auto descapotable don Pete. Yo no le anuncié mis intenciones y justo cuando lo tenía enfrente circulando a 5 km por hora le hice la Britney señal con una mano, y con la otra unos 12 cortes de manga, mientras le gritaba "¡Chinga tu madre, pinche nazi! ¡Fuck You!".
Mi tía se me colgó de los brazos como mono araña, pero ya era demasiado tarde, Wilson me vio frente a frente y se le descompuso el semblante, como que quiso hacer algo, pero se fue saludando con la mano al aire como si le hubieran escupido en la cara, con una sonrisa forzada y los ojos inyectados de ira.
Fui feliz, mi tía me lo recriminó y me dio una letanía, que no escuché, de por qué era bueno que corrieran a tanto mexicano, claro ella tan sajona, pero se lo perdono porque es su único defecto. Yo iba regodeándome en mi travesura.
2) Decirle a Kahwagi que es un fraude
Cuando trabajaba en Reforma, un buen día el único personaje que lo ha hecho todo pero no sabe hacer nada, Jorge Kahwagi, tuvo a bien pararse en la redacción a reclamar que habíammos hecho una cobertura, (de hecho ya era la tercera) donde decíamos que su pelea frente a un ruso había sido arreglada.
El dizque diputado llegó como intenta ser en público, muy amigable y sin argumentos. Para no hacerles el cuento largo yo lo atendí, y sí lo atendí con todo. Le dije que era evidente que sus peleas eran unos tongos, que había pruebas que les pagaba a sus rivales para que se hicieran los noqueados, que no sabía boxear y sus golpes parecían cocos mal tirados, que sus golpes no tenían técnica y hasta cerraba los ojos, que estaba bofo, que ni siquiera se sabía las reglas del boxeo y que si tanto le gustaba el box mejor lo promoviera, pero que algo que es tan serio y donde se pone en riesgo la vida, se denigraba con gente como él que lo manchaba.
Total, ni las manos metió y eso que Diego Martínez estaba ahí muy apenado oyendo como en un arranque ya de enchilado, casi me retó a golpes, y lo que fue peor para él, ni lo pelé.
Igual que con Wilson, ese episodio fue terapéutico, ese pobre sujeto es tan poca cosa que con su dinero clama atención y la compra, pero es un absoluto farsante de todo, y lo que es mejor de todo, se lo dije en su cara. Ja.
3) Receptor de Big Joe
Por esas cosas de la vida y el trabajo un día fui a dar a Las Vegas a la inauguración del Official All Star Café de esa ciudad. Ahí andaba como si fuera rico entre los Agassi, Shaquille, Griffey Jr., Yasmine Bleeth (¡bien, eh!), Lena Nolin, y Mónica Seles, además con acreditación VIP y toda la cosa. Mi jefe de aquéllas épocas, no me mandó a entrevistar o hacer nota alguna, él lo que quería era un balón de piel autografiado por Joe Montana para su "Yuppies Sport Café personal".
Como sabía exactamente a lo que iba, apenas llegué a Las Vegas tomé un taxi fui a un Walmart y compré el balón. Una vez en la fiesta, acercarse a Montana no era fácil, pero como iba de pegoste de los dueños del Hard Rock del DF, me senté en la misma mesa del mítico quarterback. Creo, sin temor a equivocarme, que en esa mesa rectangular para unas 20 persona, yo era el único que nunca había sido entrevistado por David Letterman. Le pedí la sal a Yasmine; Ken Griffey se quedó admirado de la cantidad de salsa tabasco que le eché a mi hot dog, y hasta probó un pedacito; y los guaruras del Shaq y yo llegamos a la conclusión de que la Corona era la mejor cerveza del mundo.
Lo malo es que todavía no tenía el autógrafo, y mi jefe, todo un tirano, me dijo que si no traía ese balón mejor ni regresara. Acudí a Javier, uno de los mexicanos pudientes, y le pedí que fuera con Montana, esquivara a sus guarros, aprovechando que sí lo conocía, y pidiera mi autógrafo.
Javier no tardó ni 30 segundos en llegar a la cabecera de la mesa y sacar el plumón, entonces Joe me preguntó gritando "¿Para quién es el autógrafo?". Medio asustado y medio ruborizado como la India María iba a decirle "Josssss", pero me acordé de mi misión y solté "Ernesto, please". Montana puso "To Ernesto, all my best. Joe Montana", lo acomodó con las costuras en los dedos de su mano derecha y me lo lanzó justo a los números de lado a lado de la mesa, y yo como si fuera John Taylor, casi me mojó por atrapar un pase del maestro.
El balón ahora adorna alguna vitrina en casa de Ernesto, pero sólo mis manos tuvieron la fortuna de detener la espiral perfecta del jugador perfecto.
12 junio, 2008
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