20 enero, 2009

Black is black

El negro es el color de moda, porque increíblemente la Casa Blanca se pintó del más serio de los colores.

La negritud es algo que siempre me ha agradado desde el Negro José, el Negro del Batey, Toña La Negra, Mama qué será lo que quiere el Negro, Memín Pinguín, Aunt Jemima, el Negro Santos y el Negro Hodge.

En serio, me hubiera gustado ser negro, como dice Charly García, "ser negro y con mucho olor", pero no de esos negros veracruzanos, medio zancochados, cenizos como zapatito sin bolear (cualquier parecido con Joel Zamora es pura coincidencia), no así no, negro de esos que charolean, que azulean, que hasta morados se ven.

Seguro han notado que cuando un negro entra en un bar o antro en México y siempre y cuando no parezca hermanito de Notorious Big o de Zamorita, llama la atención y por lo regular no faltan las dos o tres comadres que se le avientan, amén del consabido mito (dicen que no es mito) de que los prietos "viven lejos", casi todos a las afueras de la ciudad y a veces mucho más lejos. Los negros, por lo menos en México, no me pregunten si en el Congo, pero tienen su ondita.

Y claro que hay negros admirables y poderosos: Hamilton, rey de la F1; Jordan, el más grande basquetbolista; Bola de Nieve, maestro del piano; Compay Segundo, jefe del cuatro y el son; Tiger Woods, dominante en el golf, o mi amigo Walter Payton, leyenda inalcanzable del futbol americano.

En Walter me detengo, porque es quizás el negro más querido para mí (no se sientan ni Isaías, ni Alonso, a ustedes los llevo en el corazón, pero siguen vivos).

A Payton lo conocí en las carreras de CART, porque era copropietario del equipo donde corría Michel Jourdain y una vez que lo entrevisté no dejó de saludarme cada vez que nos veíamos e inclusive se detenía a charlar o hasta a joder. Sí a joder, era un jodón profesional. Si de repente en el paddock o en los pits sentía un garruchazo con el dedo índice en el lóbulo de una de mis orejitas, podía jurar que al voltear la cara encontraría a un Walter disimulando socarronamente tras sus Ray Ban Wayfarer y que después me daría un abrazo, muerto de la risa, diciendo, "¡Amigo!".

Era el garruchazo o el toque en mi hombro para voltear y no encontrar a nadie a mi derecha y luego verlo pasar corriendo a mi izquierda aguantándose la carcajada como el Lindo Pulgoso, pero siempre bromeaba.

Alguna vez me presentó a su esposa, una señora rubia bajita no muy guapa, pero cuando en 1999 lo estaban velando me di cuenta que no era su esposa, porque ahí había otra viuda. En otra ocasión, volando hacia Chicago cayó en mis manos un ejemplar del Chicago Tribune donde una nota a una página se enorgullecía de informar que Jarret, hijo de Walter era un gran quarterback colegial y que seguro seguría los pasos de mi estimado "Sweetness".

Más orgulloso todavía guardé el diario y se lo mostré a Walter en cuanto lo vi Detroit, donde sería la carrera ese fin de semana. Cuando lo leyó se le agrío el gesto y ya no fue lo dulce que era siempre. "Jarrett debería seguir jugando Soccer, es all american en eso. El football (americano) no me gusta para él".

Nunca pensé escuchar en boca del más grande corredor de todos los tiempos, y en esa época líder en yardas de todos los tiempos, que no quería que su hijo jugara americano, pero a Walter no le gustaba el tocho. Quién diría que luego su hijo llegaría a tomarse un café a la NFL, ya no como quarterback, sino como corredor, con el número 34 en los Titanes de su amigo Jeff Fisher y que ahora anda dando pena en la liga canadiense. Qué razón tenías Walter.

Su poco gusto por el americano lo sabía de antes, desde la otra vez que lo había visto enojado, y que fue precisamente la primera en que hablé con él. En el autódromo Hermanos Rodríguez lo entrevisté y con ello cumplí el sueño de hacer una nota con mi ídolo. Ahí me había dicho que Barry Sanders era el mejor corredor de todos los tiempos; que aquello de que su fortaleza física se había forjado subiendo un cerro, era pura publicidad; pero también que el futbol americano fue una manera de salir de la calle, pero que a él le gustaba correr autos y el basquetbol, que por ello jamás entrenaría a un equipo. Todo esto pasaba mientras Dulzura me picaba el estómago, me apagaba la grabadora de microcassette (jamás he usado una digital y en esa época sólo los japoneses las tenían), veía mi acreditación y fingía pintarle bigotes. Por mi parte al principio me apené, luego me molesté y terminé riéndome de sus gracejadas.

Mi boca era como el puente de Broolyn ante el asombro y se ocurrió preguntarle, cito textualmente: "¿Por qué los atletas de color son más existosos en todo
que los blancos?"

Walter me vio por arriba del marco de los Ray Bay Wayfarer y se puso de pie, ya que antes estaba sentado sobre el riel que divide los pits del callejón, y me dijo: "¿Qué color? ¿A qué color te refieres? No somos de color, somos negros, dilo, somos negros, no de color, Dilo".

Lleno de bochorno vocalicé un tímido "Black" y sólo entonces me contestó: "porque tenemos hambre, porque todo nos cuesta más trabajo, no somos mejores pero tenemos hambre". Plop, atiza y reflauta, ni hablar negro traes puñal.

Eso lejos de hacer que me cayera mal, me hizo admirarlo más, porque efectivamente los diminutivos, los adjetivos que esconden la verdad, suenan más a lástima (lástima de qué, si son bien cabrones), negro es negro y black is black.

Acto seguido le pedí a Luis Cortés que me tomara la única foto que le he pedido a un compañero de la lente que me obsequiara con un entrevistado, y me la tomó, pero nunca me la ha dado. Ya son 10 años, quien vea a Luis, dígale que me la dé. Pude haber tenido un jersey de firmado por Walter, pero como pensé que lo iba a tener cerca mucho tiempo lo dejé para después a pesar de que me había dicho él varias veces que cuando quisiera me lo autografiaba. Así que Luis una razón más para que me des mi foto.

Cuando en Huatulco me enteré que mi amigo Walter había muerto luego de no resistir en la cola para conseguir un trasplante de hígado, (lo cual habla aún más de su honestidad), se me salió una de cocodrilo. Hoy que Barack ganó, no pude dejar de querer ser negro ni de acordarme que Walter hubiera estado orgulloso decirse así: NEGRO.

06 enero, 2009

Éxtasis

Ellos son tres, pero parecen cuatro, de hecho lo deberían ser, pero el primer Raulito se hartó de este mundo antes de cumplir el año.

Raúl, el segundo Raúl porque mi tío no podía quedarse sin un hijo que llevara su nombre, es una especie de Keith Richards mezclado con el peinado de Rick James. También es conocido en los bajos fondos del Fonacot como "El Lobo" ya que no hay poro de su cuerpo que no contenga un folículo capilar azabache, creciente, incólume y perenne.

Si una palabra lo define es "protector". Desde que nació es un padre de familia sin hijos, un padre de sus padres, de sus hermanos, de sus primos, de sus sobrinos, de sus amigos y de sus amores.

Su labor sindical le da para comer, aunque su famélica figura denote que comer no es su mayor afición. Prefiere fumar Baronets, Montanas, Boots o cualquier pitillo no demasiado caro, mientras pasea en un juego sin fin, hasta 12 monedas de mano en mano, de una en una, de dos en dos, de tres en tres, en un malabrar infinito como perfecto donde ninguna pieza toca el suelo.

Es tan moreno que a veces con la barba cerrada se parece a Urko, el general del Planeta de los Simios, pero es tan delgado y usa ropa tan entallada y blanca, que es imposible no recordar cuando lo ves a Tony Manero caminando rumbo la Disco en Fiebre del Sábado.

Su único defecto le da un toque de misterio a su personalidad. De niño, Sergio, su hermano, recibió en Reyes un arco con flechas y se le hizo muy fresa usarlas con la goma de chupón que cubría la punta, así que cuando decidió que Raúl era un vaquero enemigo y le disparó cuando asomó su cabeza desde atrás del sofá, su saeta se incrustó justo en el ojo del "segundo de los primogénitos de su padre".

Ahora ya no ve nada con el ojo izquierdo, producto de la catarata que se formó con los años, pero lejos de guardarle rencor a Sergio, le cortó un dedo al echar a andar, todo indica que sin intención, el motor del vocho '74 que el buen Sheik compró cuando trabajaba en American Express.

La falangeta del dedo índice derecho de Sergio voló cuando giró la banda del motor, y con ello se consumó el famoso ojo por ojo, dedo por dedo.

Sergio es un hombrecillo parecido a un integrante de los Buggles, aquellos del Video mató a la Estrella de la Radio. Utiliza unas gafas de aumento que son la versión máxima de los Rayban en tamaño, porque la gota que forma cada cristal le tapa media cara, algo así como aquel pollito súper inteligente que era cuidado por el Gallo Claudio, por encargo de su mamá la Gallinita Miss Prissy.

Una decepción amorosa lo volvió un ermitaño incorregible, un gruñón ocasional y un energúmeno seguro, esto último solamente cuando tomaba una copa de más. Afortunada o desafortunadamente, una hepatitis consiguió que jamás volviera a probar licor alguno.

Su talento musical que se volcaba en una rascadísima y por lo mismo ya sin barniz guitarra de Paracho provocó que Ricardo, el menor de los tres, un morenito simpático y cortés, también comprara semanalmente los números de Guitarra Fácil para hacerle segunda a su brother.

Richie de extremadamente lacio cabello, como el del que esto escribe, es una sonrisa con patas y brazos. El carácter más parejo del mundo, enmarcado por una nerviosa boca que se abre y se cierra como la de una trucha fuera del agua, por un tic nervioso que lejos de darle un aire macabro lo hace todavía más afable.

Pero ese es el Ricardo de los amigos y los parientes, porque en su trabajo como contador es un feroz competidor que no duda en sacar ventaja de todas sus habilidades. Ataca tal y como va por las seis cuerdas de su Fender negra, a la cual le saca notas que llegaron a hacerme pensar que Blackmore era mexicano.

Mientras crecían las habilidades de los menores, Raúl se mutaba de heróico asistente a Avándaro, a participante en Fiebre del Dos con todo y Fito Girón, Chela Braniff y Arturito de fondo. Pero el más grande de los hermanos también se contagió de música, sólo que al no saber tocar la lira, tomó el micrófono y empezó a berrear.

Apenas empezaban los 80's y surgió la agrupación musical que más he admirado en mi vida: Éxtasis. Además de los tres hermanos, estuvieron Héctor y luego Luis, en el bajo; y Chucho y luego Alejandro, en la batería, y escribieron la historia.

Mi alineación favorita siempre será con Raúl en la voz; Richie en el requinto; Sergio en la guitarra de acompañamiento; Luis en el bajo, y Chucho en la bataca.

Aprendí a idolatrarlos desde que iba en la primaria. No daba crédito de cómo era posible que tocaran Angie, Gloria o el Rock de la Cárcel y poco a poco me volví su fan número uno. Cada ensayo, cada tocada eran para mí cita obligatoria hasta que se hizo realidad mi sueño y fui parte del grupo.

Éramos rockeros todos y queríamos tocar todo el tiempo Escalera al Cielo, pero como había que sacar dinero de la afición, empezaron las contrataciones como "grupo versátil". El ánimo no decayó, al contrario, todos teníamos dinero después de cada XV Años, Boda, Cumpleaños o Graduación, pero el espíritu del rock and roll latía en nuestros corazones, así que luego de cada Caballo de la Sabana, siempre llegaba Jumpin Jack Flash, y para abrir cualquier tocada, fuera el festejo de lo que fuera, llegaba Show me the Way, de Peter Frampton.

Mi hermano y yo nos sentíamos soñados, pero no vayan a pensar que nos unimos como músicos a Éxtasis, no, nuestro papel era de cargadores, roadies, instaladores de los instrumentos y operadores de las luces, pero para nosotros era casi como ser Plant y Page en Led Zeppelin.

Con el tiempo nos dimos cuenta que Raúl se movía como Jagger, pero la rola que mejor le salía era Y Volveré, de los Ángeles Negros; Richie no era Eddie Van Halen, pero el requinto de Beat it le salía como a dos notas de ser exacto; Sergio tenía como máximo número All my lovin de los Beatles; Chucho, gordo y calvo, le pegaba con ganas a la batería pero no era Bonham, y qué decir de Luis "El Chapman", quien en su suprema pasión por el bajo, pero al mismo tiempo inmensa ignorancia, quiso ponerle a su hijo Sting, pero afortunadamente el secretario del registro civil no lo dejó. Cabe destacar que Luis, zapatero remendón de profesión era el más limitado de todos, pero en este mundo nadie pela a los bajistas, así que se notaban poco sus fallas. A pesar de todo, de saber que no eran tan virtuosos como creíamos, la admiración nunca se perdió.

La diferencia de edades no existía, podíamos hablar de lo mismo su papá (mi tío "El Gallego" autor de aquella histórica frase para cualquier chiquilla que se le atravesara en el camino. "descuídate mucho, mi reina") de 58 años, mis primos Raúl de 33, Sergio de 31, Richie de 29, mi hermano de 18, y yo de 16 podíamos hablar de cualquier cosa e íbamos a cualquier lugar juntos, eso desde cinco años antes.

Poco a poco Éxtasis se murió, como mi tío en el 2000, y fue como cuando se sale una cuenta en un collar, el resto nos separamos inmediatamente y desde entonces rodamos por cada quien por su lado.

A lo mejor un día Sergio deja un rato su afán de taquero y tortero, Richie la administración de antros, Raúl el sindicato, Nacho sus endodoncias y yo la redacción, para la reunión de Éxtasis.

Para "El Gallego", el bohemio más grande del mundo, y para los que todavía leen esto luego de casi dos meses de abandono. A los que ya no leen, no los culpo.