20 mayo, 2009

Mi biografo

"Uno aprende... que otros recuerdan mejor que uno mismo cosas que dijimos, hicimos o nos atañeron directamente... si quisiéramos repasar a fondo nuestras vidas, tendríamos que rastrear testigos", esto se lo leí hace unos cuatro meses a Javier Marías en la columna que escribe para EPS e inmediatamente pensé que eso me pasa exactamente.

Soy de una memoria pésima y cada vez es peor. Hace unos 15 años todavía era de una incredulidad burlona cuando mi padre o mi madre decían que no recordaban tal o cual cosa, tal o cual persona, cierto pasaje o situación, ahora los entiendo perfectamente. La edad definitivamente nos enseña que el pedazo de cerebro, alma o gaveta donde entran los recuerdos tiene un límite de espacio y luego ya no es fácil recordarlo todo.

En fin, más allá de mi precoz alzheimer, nunca se me ha dado recordar nombres ni anécdotas. Muchas veces encuentro en la calle a personas, que tiene cierto tiempo que no veo pero con las que conviví años, y no puedo decirles por su nombre porque en ese momento no lo sé.

Para lo que sí soy bueno es para las caras, si te he visto cuando te vuelva a ver sabré que no me eres extraño, lo malo es que no sabré toda la demás información.

Y si a todo esto le sumas que a mí me da la "migueldelamadriditis" y luego ya no sé ni lo que dije, ni lo que escribí, que muchas veces no me reconozco en lo que he escrito en este mismo blog o en otros lados. No entiendo de qué parte de mí salen algunas cosas y cuando las releo me suenan desconocidas y ni siquiera atino a adivinar el final del texto.

Dice Marías, con la pluma llena de razón, que olvidamos las cartas que escribimos más que las que leímos, lo que dijimos más que los que nos dijeron. En cuestión de ofensas, agrega, recordamos mucho más los que nos inflingieron que los que infligimos. Yo resumiría en que todos necesitamos un biografo y yo tengo uno.

Tengo la enorme fortuna de contar con Simón, el amigo más cercano que he tenido en toda la vida, un hermano que me lo escogió el azar y me lo reafirmó el afecto. Simón, es en sí mismo un personaje fantástico que por igual podría habitar en una novela de Rulfo que en un relato Paco Taibo II. Su vida es mucho más mágica de lo que él puede reconocer. Nació siendo Rafael por la adoración de su madre por el Divo y así fue registrado, luego por discrepancias familiares, ya siendo un niño le cambiaron en el Registro Civil el nombre a Arturo Román, pero él es Simón, porque cuando nació, creo que su abuela se equivocó al ver el santoral y como supuso que había llegado al mundo el Día de San Simón, le empezó a decir así de cariño y se le quedó.

Ahora cuando lo veo cantar las rolas del Ruiseñor de Linares, creo que sí podría ser Rafael. También lo pensé cuando fui por primera vez a su casa de Sánchez Azcona y vi en la sala un óleo que retrataba a un señor muy serio y pregunté si era su Papá (que yo sabía que ya había fallecido), pero cuando la respuesta fue que era el mismísimo intérprete de "Sigo siendo aquel" en un homenaje hecho por su progenitora al cantante, me di cuenta que mi amigo no era alguien común.

Nos conocemos desde hace ya casi 25 años, hemos sido Viruta y Capulina, Pancho y Rancho, El Gordo y el Flaco, Pituca y Petaca, hemos sido cómplices de un acto vandálico impronunciable y que nos acompañará hasta el día que durmamos con los peces, porque creo que ni él ni yo nos atreveremos algún día confesar que tanto pecó el que ararncó el coche como el que aventó la piedra.

Simón es mi biografo porque él recuerda mejor que yo las cosas que he vivido, en las que ha estado presente y las que no. Invariablemente, en cada plática en torno a un pozole, una chela o un vodka, empiezo contando algo y Simón refina el relato, lo adereza condimenta, él dice que con algo de ficción, pero hasta que los diálogos de la situación salen por su boca, en mi cabeza se prende el foco de que, efectivamente así fue, eso dije, eso me dijeron, así me pegó el Jackson o así corrí al capitán del equipo de la Prepa en un arranque de ira.

A veces el grupo de amigos que tenemos dábamos carrilla a Simón (incluido Faz, su hermano) porque el buen Simón parecía el personaje de la camción de Radio Futura, aquel "Tonto Simón" que "siempre cuenta la misma historia", pero ahora es una bendición que tal como contó por primera vez nuestro viaje a Guadalajara para promocionar el disco de Juan Pablo Manzanero, lo puede volver a relatar con las mismas palabras, los mismos detalles, todo a la perfección y cada vez que lo hace me maravillo de que su disco duro no haya reciclado, como el mío, toda esa data.

Hoy me alegro un millón de veces el no haberlo dejado caer desde el tercer piso del hotel Nueva York de Guanatos, ese día que luego de las rondas de bacardí, cervezas, viñarreales y vodkas emuló a Jim Morrison en la película de Oliver Stone y se colgó a una mano del marco de la ventana y dejó ir el cuerpo al vacío. Si no hubiera salido de mi embriaguez súbitamente y de un jalón lo hubiera regresado al cuarto, seguro me hubiera pasado como a Juan Rulfo, a quien alguna vez le preguntaron por qué ya no escribía, y contestó, es que se me murió mi tío Celerino, que era quien me contaba las historias. Yo tendría que decir que ya no escribía porque se murió mi amigo Simón, que no se llama Simón, que me recordaba todas nuestras historias.

Entonces, hoy aprovecho para agradecer a Simón porque por él no soy un Salinger, un Rimbaud o un Rulfo, sin recuerdos que escribir... ah y además tengo al mejor amigo.

12 mayo, 2009

Irrepetible

Corrimos con la misma aprehensión que tendríamos si nos persiguiera un terrorista chiíta, pero con la alegría del niño que oye la chicharra y sale al recreo desbocado.

La Plaza ya nos era familiar y no por los toros, sino porque ahí el viejo Tigre hispano ya nos había enseñado lo que era esperar dos horas bajo la lluvia para escuchar un auténtico maestro del rock en español.

Como siempre el contenido de nuestros bolsillos nos llevó a la parte más alta del coso y aunque nunca se llenó, no nos detuvimos hasta encontrar el mejor lugar disponible, justo en la barandilla del tercer piso, donde el embudo provoca vertigo con sólo asomar la nariz.

Ese 20 de febrero de 1988, Simón y yo no encontramos eco en nuestros compinches y fuimos a ver en binomio a Nacha Pop, Danza Invisible y Kerigma, pero eso traía una vergonzosa historia detrás.

Mi estupidez juvenil me había hecho regalarle a una chava los dos boletos de "abajo" con la inocente esperanza de que con ello se fijara en mí. Los compré con una quincena de sueldo completa pensando en ir con ella y cuando los vio se aventó como pantera, le gritó a su hermano que ya podía estar tranquilo, porque ya no se perderían a Danza Invisible, su grupo preferido.

Menso a mis 17 añitos no dije: "¡Hey!, ¿cómo que con tu hermano?". Cogí lo que me quedaba de dignidad, que no era mucho, cargué con dos toneladas de vergüenza y me abrí paso entre la desvergüenza de ella y me fui a mi casa.

Al otro día con lo poco que me quedó, de dinero, porque la dignidad se me cayó en el camino, hablé a Simón y le propuse que fuéramos a ver si de casualidad encontrábamos dos boletos baratos para el concierto.

Total, los conseguimos y entramos. Ahí desde el balcón, la tristeza de la babosada cometida me duró un rato mientras Kerigma, uno de los grupos más finos del rock mexicano y quizás a uno de los que menos justicia se la ha hecho, entonaba "Sin rumbo", "Mi espera" y "Nena" (no pidas si no vas a dar). Su cantante, Sergio Silva (al que nosotros le decíamos el insepulto por su cara de muerto de tres días) me recordaba lo tarado que había sido, aunque cantara "Juana la Loca".

Luego vino Danza Invisible, grupete de baturros de poca monta, cuyo único mérito era aquella de "Sin aliento". ¿Y para esto me dejé arrebatar los boletos? Malísimos. De plano nadie los peló y todavía se atrevieron a pedirnos que cantáramos con ellos. "¡Pues pásenos las letras!", les gritó Simón y hasta la fecha me cago de la risa cuando lo recordamos.

"Hemos llegado de Madrid y nos hemos encontrado con una ciudad impresionante, interminable, no se acaban las calles", con estas palabras nos recibió Antonio Vega y empezó esa gran canción. Fue impresionante.

Por primera vez en nuestras vidas escuchamos en vivo, "Décima de segundo" (pufffff), "Vístete","Persiguiendo Sombras", "Grité una Noche", "Relojes en la oscuridad", "Lágrimas al suelo", "Asustado estoy", "Desordenada habitación". Se mezclaban el pop lúcido de Nacho con el nostálgico rock, lleno de poesía y con letras que si acaso se pueden comparar con lo que Santiago Auserón hacía con Radio Futura. Un manjar similar a un merengue que pones sobre la lengua y se va desintegrando pero llenado de placer la papilas gustativas del alma.

Casi para cerrar, vino el grito que dimos cuando la guitarra de Vega empieza a ser rasgada por las notas de "Lucha de gigantes" me sacó los ojos de sus cuencas. Estoy seguro que ese día estaba ahí Alejandro González Iñarritu sentado junto a Lyn Fainchtein y pensaron sin decirse nada, el día que haga una película, no sé cómo, no sé por qué esta canción será el soundtrack. Afortunadamente existieron los Amores Perros y muchos que nacieron después o que no se habían dado cuenta de ellos, conocieron a Nacha Pop. Jamás volvieron a dar un concierto en México o América Latina, ahora más que nunca esto merece aquella definición de un momento irrepetible.

De mi dignidad, mi sufrimiento y todo lo demás, no hubo más, aquélla pérfida ratera fue un último recuerdo que no volvió desde que Antonio nos cantó "Chica de ayer", y eso fue, aunque todavía era hoy, ella ya era de ayer.


PD: Hoy murió Antonio Vega y me pegó. Cuando Cyn me lo dijo en la mañana yo pensé que había sido Nacho Vega, su primo, pero cuando supe que era él, me volvió a pegar. La maldita heroína lo arrastró como amarrado a un tren, pero su genio irrepetible no es ochentero o de la movida es, para quien lo quiera escuchar, clásico. Verlo en su última aparición en TV antes de cumplir los 51, con los que se iría a calacas, me conmovió como a Bosé.

Véanlo, la canción es entrañable.