"Uno aprende... que otros recuerdan mejor que uno mismo cosas que dijimos, hicimos o nos atañeron directamente... si quisiéramos repasar a fondo nuestras vidas, tendríamos que rastrear testigos", esto se lo leí hace unos cuatro meses a Javier Marías en la columna que escribe para EPS e inmediatamente pensé que eso me pasa exactamente.
Soy de una memoria pésima y cada vez es peor. Hace unos 15 años todavía era de una incredulidad burlona cuando mi padre o mi madre decían que no recordaban tal o cual cosa, tal o cual persona, cierto pasaje o situación, ahora los entiendo perfectamente. La edad definitivamente nos enseña que el pedazo de cerebro, alma o gaveta donde entran los recuerdos tiene un límite de espacio y luego ya no es fácil recordarlo todo.
En fin, más allá de mi precoz alzheimer, nunca se me ha dado recordar nombres ni anécdotas. Muchas veces encuentro en la calle a personas, que tiene cierto tiempo que no veo pero con las que conviví años, y no puedo decirles por su nombre porque en ese momento no lo sé.
Para lo que sí soy bueno es para las caras, si te he visto cuando te vuelva a ver sabré que no me eres extraño, lo malo es que no sabré toda la demás información.
Y si a todo esto le sumas que a mí me da la "migueldelamadriditis" y luego ya no sé ni lo que dije, ni lo que escribí, que muchas veces no me reconozco en lo que he escrito en este mismo blog o en otros lados. No entiendo de qué parte de mí salen algunas cosas y cuando las releo me suenan desconocidas y ni siquiera atino a adivinar el final del texto.
Dice Marías, con la pluma llena de razón, que olvidamos las cartas que escribimos más que las que leímos, lo que dijimos más que los que nos dijeron. En cuestión de ofensas, agrega, recordamos mucho más los que nos inflingieron que los que infligimos. Yo resumiría en que todos necesitamos un biografo y yo tengo uno.
Tengo la enorme fortuna de contar con Simón, el amigo más cercano que he tenido en toda la vida, un hermano que me lo escogió el azar y me lo reafirmó el afecto. Simón, es en sí mismo un personaje fantástico que por igual podría habitar en una novela de Rulfo que en un relato Paco Taibo II. Su vida es mucho más mágica de lo que él puede reconocer. Nació siendo Rafael por la adoración de su madre por el Divo y así fue registrado, luego por discrepancias familiares, ya siendo un niño le cambiaron en el Registro Civil el nombre a Arturo Román, pero él es Simón, porque cuando nació, creo que su abuela se equivocó al ver el santoral y como supuso que había llegado al mundo el Día de San Simón, le empezó a decir así de cariño y se le quedó.
Ahora cuando lo veo cantar las rolas del Ruiseñor de Linares, creo que sí podría ser Rafael. También lo pensé cuando fui por primera vez a su casa de Sánchez Azcona y vi en la sala un óleo que retrataba a un señor muy serio y pregunté si era su Papá (que yo sabía que ya había fallecido), pero cuando la respuesta fue que era el mismísimo intérprete de "Sigo siendo aquel" en un homenaje hecho por su progenitora al cantante, me di cuenta que mi amigo no era alguien común.
Nos conocemos desde hace ya casi 25 años, hemos sido Viruta y Capulina, Pancho y Rancho, El Gordo y el Flaco, Pituca y Petaca, hemos sido cómplices de un acto vandálico impronunciable y que nos acompañará hasta el día que durmamos con los peces, porque creo que ni él ni yo nos atreveremos algún día confesar que tanto pecó el que ararncó el coche como el que aventó la piedra.
Simón es mi biografo porque él recuerda mejor que yo las cosas que he vivido, en las que ha estado presente y las que no. Invariablemente, en cada plática en torno a un pozole, una chela o un vodka, empiezo contando algo y Simón refina el relato, lo adereza condimenta, él dice que con algo de ficción, pero hasta que los diálogos de la situación salen por su boca, en mi cabeza se prende el foco de que, efectivamente así fue, eso dije, eso me dijeron, así me pegó el Jackson o así corrí al capitán del equipo de la Prepa en un arranque de ira.
A veces el grupo de amigos que tenemos dábamos carrilla a Simón (incluido Faz, su hermano) porque el buen Simón parecía el personaje de la camción de Radio Futura, aquel "Tonto Simón" que "siempre cuenta la misma historia", pero ahora es una bendición que tal como contó por primera vez nuestro viaje a Guadalajara para promocionar el disco de Juan Pablo Manzanero, lo puede volver a relatar con las mismas palabras, los mismos detalles, todo a la perfección y cada vez que lo hace me maravillo de que su disco duro no haya reciclado, como el mío, toda esa data.
Hoy me alegro un millón de veces el no haberlo dejado caer desde el tercer piso del hotel Nueva York de Guanatos, ese día que luego de las rondas de bacardí, cervezas, viñarreales y vodkas emuló a Jim Morrison en la película de Oliver Stone y se colgó a una mano del marco de la ventana y dejó ir el cuerpo al vacío. Si no hubiera salido de mi embriaguez súbitamente y de un jalón lo hubiera regresado al cuarto, seguro me hubiera pasado como a Juan Rulfo, a quien alguna vez le preguntaron por qué ya no escribía, y contestó, es que se me murió mi tío Celerino, que era quien me contaba las historias. Yo tendría que decir que ya no escribía porque se murió mi amigo Simón, que no se llama Simón, que me recordaba todas nuestras historias.
Entonces, hoy aprovecho para agradecer a Simón porque por él no soy un Salinger, un Rimbaud o un Rulfo, sin recuerdos que escribir... ah y además tengo al mejor amigo.
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3 comentarios:
Al final, es la suma de esas voces las que dan forma a la existencia propia. Quién mejor que un amigo para dar justa dimensión a lo que tú crees que eres.
Ojalá todos tuvieran un Simón cerca.
Los hermanos que te elige el destino ... caray, qué chingón.
Gente que perdure, siempre pido a Dios que MI gente perdure. Mis hermanos de diferente apellido, así se les llama.
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