A Jorge no le gusta que lo feliciten en su cumpleaños, le da tristeza, llora, se siente mal. Tampoco le gustan las despedidas, las evita como muchos que le rehuímos al dolor de desprendernos de alguien por unos días, meses, años o quién sabe hasta cuándo. Cada despedida es un duelo, por eso mejor no hacerlo.
No sé de alguien que lo conozca a quien no le caiga bien, es el alma de las fiestas, uno de esos tipos que hasta empalaga con su afecto desmedido, salvo por su natalicio y decir adiós, es siempre el más risueño, chistorete y dicharachero, diría que muy cerca del estereotipo que Pedro Infante mostraba en sus películas: Lleno de amigos, coqueto y parrandero.
Quizás por eso me sorprendió tanto que al ser internado le dijera a Cyn: "¿Eres feliz? Ojalá nunca conozcas la tristeza".
La primera vez que lo vi, fue cuando llegó mientras su hermana y yo, como buenos novios juveniles, nos dábamos unos besos en el último sillón de la tan extraña como larga sala de la casa de la Portales de los Goya.
Saludó a lo lejos y se quitó la gorra para acomodarse los chinos, pero en medio de la oscuridad alcancé a ver que estaba un poco celoso, porque me veía con ojos de pistola, los párpados a la mitad y el tonito de la despedida sonó más a "desde aquí te estoy vigilando y no se te vaya ocurrir estar de mano larga", al "Buenas noches, abusados" que salió de su boca.
A pesar de su pequeña resistencia inicial, somos buenos amigos. A veces me siento culpable por alcahuetearlo y comprarle una miller o una bud, cuando sé que eso no le gusta a su esposa, pero me consta que nunca se embriagó cuando fuimos a conseguir un coche para Cyn en San Isidro, ni siquiera cuando nos equivocamos de freeway y terminamos pagando una multota por no saber dónde pagar, ya que era de cuota.
"Pepiño, creo que encontramos una mejor ruta", me dijo muy contento, pero cuando llegó el "ticket", ni modo lo tuvimos que azotarnos con la feria.
Recuerdo perfectamente el día de hace unos años en que perdió gran parte de los dedos medio, anular y meñique de la mano izquierda. A sus 20 años el oficio de impresor lo tenía dominado pero la prensa se quedó con una parte de él. Cyn me avisó llorando, como llorando también llegó Jorge con la mano pegada al pecho, vendada y sujetada con miedo por la diestra, que casi la compadecía por su desgracia.
No pasó mucho tiempo para que este chico de los mil amigos encontrara consuelo en su Matraca (Sonia para los que no son de confianza por favor), es más, más que consuelo encontró el calorcito del amor que desembocó en la maravillosa pero inesperada llegada de Mau, su primer hijo. Par de chamacos, apenas iban dejando las espinillas y las muñecas y ya tenían que arrullar a un escuintle.
Coco, como le decimos en la familia, no quiso seguir los estudios después de la secundaria, pero no había día en que no trabajara. Así se compró su moto, con la que tuvo un episodio casi fatal bajando del puente de Municipio Libre que cruza Tlalpan de Poniente a Oriente. Afortunadamente no pasó de otro susto, pero gracias a la imprudencia del conductor que lo embistió junto a un amigo tuvo que ir al hospital.
El pequeño Diego completó el cuarteto de los Palacios Casas y un día decidieron hacer su vida, allá en La Mesa de Otay, donde todos quieren pasar al otro lado y donde la religión es el dólar.
Tijuana los recibió y Coco, que nació en Chicago por esas triquiñuelas de la vida y por el espíritu aventurero de Juan Manuel y María Elena sus padres que se fueron a hacer la America para luego separarse, poco a poco hizo residente a Sonia y ciudadanos a los niños, de más de 1.80 de estatura cada uno, por cierto.
C
ontrario a su conocido refrán: "Un favor y un desprecio jamás los hago", Jorge es lo más solidario si de entrarle a un "toro", una faena o misión se trata. Me consta porque luego de comprar el Volvo, que nos salió malísimo, él mismo le cambió las cuatro llantas en el Discount Tire donde antes trabajaba en San Diego, luego del gran descuento que consiguió por su enorme don de gente.
No digamos cuando fuimos con su amigo Alex y nos puso gratis los frenos delanteros y luego nos echamos una fría, ahí dentro del Volvo. No le sacó al parche y al grito de "al ver veremos" no paramos hasta dejar manejable la carcacha con la que nos timó Sabino, el dealer de Otay, que nos la vendió en 4 mil dólarucos.
Me da risa acordarme que ya habla más como un bato que como un chilango. "Raza", "parqueate" y "guacha" ya son parte de su vocabulario, obviamente con el acentito atropellado de los tijuanenses, pero sin perder sus clásicos refranes de "hay que comer porque quién sabe cuando lo volveremos a hacer" o el de "si me ha de llevar el díablo que me lleve en un buen caballo".
A últimas fechas la cerveza empezó a jugarle rudo. Los trabajos no llegaban a pesar de que sabe de mecánica y está certificado como tal, además de que por ser ciudadano legal tiene un amplio campo laboral. El problema es que no tenía el ánimo para hacerlo. Algo lo apesadumbraba, ese algo crecía dentro de él y lo quemaba y sólo unas cheves lo calmaban.
Así las riñas en el hogar lo hicieron escuchar los consejos de internarse en un Centro de Rehabilitación para dejar el alcohol. Fue una decisión valiente, entró por su propio pie y no quiso despedirse, sólo le dijo a Cyn que estaba muy triste, le preguntó si era felíz, ella le respondió que sufría mucho por el autismo de su hijo. Jorge le dijo que me quisiera mucho, que me diera muchos besos, no sé de dónde lo sacó pero le dijo que soy un buen hombre y remató con el, "ojalá nunca conozcas la tristeza".
Hoy desafortunadamente todos la conocemos porque en el Semefo dicen que tu nombre está entre el de los 13 ejecutados por sicarios del narco que entraron la noche del 24 de octubre al El Camino AC y abrieron fuego contra los internos que querían superar sus adicciones.
Tenías apenas cuatro días dentro y jamás fuiste de una banda o algo parecido. Vivías del otro lado, en enero pasarías el "trago amargo" de llegar a los 38 años, eras un mecánico certificado y nos cobraron tres mil pesos por el tratamiento. ¿Qué mierda corre por las venas de quien acribilla a hombres indefensos y sobre todo inocentes? Precisamente corre eso, mierda.
¿Quién le dio permiso a Calderón para ponernos en medio de su estúpida guerra? ¡Y que no se le ocurra salir a decir que todos los asesinados eran narcomenudistas arrepentidos o que fue un ajuste de cuentas entre pandillas porque no conoce a Jorge ni me conoce a mí y no lo voy a permitir!
Ahora, escribo esto en el avión que me lleva a verte y no sé qué cara poner, no sé qué decir, no me gustan las despedidas, pero me encanta la cerveza como a ti que no tomabas otra cosa, que no probabas drogas y que eras un padre amoroso.
Cada vez que esté en San Diego en la gasolinera donde nos paramos a comprar una chela para el calor, brindaré por ti y ten por seguro que Mau, Diego y Sonia no se han quedado solos.
04 noviembre, 2010
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