07 noviembre, 2011

Descarriló el Auditorio

Crónica que se publico en l sección CIRCO del diario RÉCORD el domingo 6 de noviembre.


Apenas se asomó al tercio del escenario a saludar y ya tenía ganadas las orejas y el rabo. El público del Auditorio adora a este andaluz y sin haber dicho una palabra ovacionó a Joaquín Sabina, sólo por quitarse el sombrero.
Los 10 mil pasajeros que la noche del viernes abordaron el Penúltimo tren de Sabina descarrilaron de emoción.
Y no era para menos, el español ya ha escrito su nombre con tinta indeleble en el inmueble al que llamó un "Templo Sagrado", al que maneja como a un cachorro, porque lo hace a su antojo y al mismo tiempo lo mima.
Ataviado con saco negro de esmoquín rematado con solapas de piel, pantalón rojo, bombín y una playera donde se asomaba "La Maja Desnuda", el juglar de Jaén se apareció justo a las 20:41 horas, y lo primero que salió por su boca, que es nuestra, fue "Esta noche contigo".
El escenario sin mamparas ni artilugios, sólo vestido de luces, hizo juego a la perfección con un Sabina sin prisas, que platicaba más que cantar, con temple de Manolete, porque se veía que la enfermedad no lo deja ser el saltarín y parlanchín de antes.
Aún así, literalmente citó para poner banderillas y solicitó "un poco de little help of my friends" para palmear "Ganas de", para luego disculparse por el retraso de tres meses provocado por los divertículos que lo aquejaron, aunque él en broma se montó en una anécdota de Keith Richards: "... me caí de un cocotero y no podía subirme a un avión".
Se vio a un Sabina envuelto en una genial parsimonia que prometió entregarse, y así el devoto de la religión en forma de cuerpo de mujer, en su versión Steve McQueen prendado de Cruela Deville, nos recetó "Medias Negras".
Eso ya era el coro de los niños sabinianos del Auditorio y siguió el diccionario de sus pecados al son de "Aves de paso".
El secreto jamás revelado de cómo caben tantos besos en una canción llegó con "Peor para el sol" y luego los invitados, Los Secretos, de Álvaro Urquijo, que tuvo su alternativa con "El Boulevar de los sueños rotos".
"Contigo", que crea consensos inmediatos, arribó pronto a la estación como el vagón que encabezó los clásicos, proclamados en íntimas versiones sin excesos vocales.
La noche estaba por supuesto llena de amigos, los escuderos fieles de Sabina, Pancho Varona y Antoñito García de Diego, acompañaban, en el bajo, y guitarra y teclados respectivamente, pero quien tomó la voz primero fue Jaime Azúa.
El requinto invocó el alma del rosarino Páez para entonar con el enemigo íntimo por excelencia, "Llueve sobre mojado", misma que valió la redundancia.
A manera de presentación y descanso para Joaquín, Varona despachó "Conductores Suicidas, pero quien inquietó al Auditorio, fue la corista Mara Barros.
El vestido de encaje desató a la lujuria cuando Mara llegó zapateando sus tacones lejanos para de inmediato hacer brotar Barros de deseo puberto en el rostro de todos. Tanto así, que ni Sabina se resistió a volver a la tarima con un ataque de nervios a terminar de cantar "Yo quiero ser una chica Almodóvar" con aquél monumento.
Pero además canta, y ¿de qué manera? "Y sin embargo te quiero" es una creación en su boca, obvio, luego Sabina la engañaría con cualquiera.
Un momento mágico fue cuando dijo "soy un novio regular, tirando a malo; un amante malo, no es falsa modestia eso dicen las estadísticas; un padre bienintencionado, digamos, pero tengo los mejores amigos del mundo". Ahí saludó a Ángeles Mastreta y al hombre que nos ha hecho a todos "patriotas de Macondo", Gabriel García Márquez, quien estuvo atento en un palco con su "Gaba".
Dedicada al Nobel, salió al quite lo mejor que se haya escrito en un hotel de Lima, según reza la leyenda: "Peces de Ciudad".
Ahí es cuando difícilmente se puede contener uno de tratar de florear la pluma en la crónica, pero es mejor dejar a Sabina decir las estrofas de "Alrededor no hay nada", poema de su libro "Ciento volando de catorce".
La oda a la diosa que se adora fajo un farol, "La Magdalena" nos recordó que las malas compañías son las mejores, para enmarcar, luego, el arribo de una sola nota gitana de la guitarra de Sabina, que provocó el "Olé!" y el canto al unísono de la magistral "19 días y 500 noches", donde la mujer de la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta, evocó alegremente el perfecto fracaso de amor.
El cantante amenazó con irse con su "Princesa" que pide 40 en lugar de 20 duros, pero el Auditorio no lo dejó y like Rolling Stone tan joven y tan viejo, sacó juventud de su pasado.
Tuvo tiempo para declarar: "que dejen de matar de una puta vez", entre la coplas de "Noches de Boda", esperemos que eso no le traiga de penitencia tener que ir a Los Pinos de nuevo.
"Ojalá que volvamos a vernos, ojalá, ojalá" fue más una súplica nostálgica, y le salió el José Alfredo que habita de pensión en su corazón, con la obra genial de Jiménez "La noche de mi mal".
Al final tras cojear con el Pirata y romper el bastón, todos, que sabemos que lleva 62 quisimos que viva 100 años, aunque él nos recete "Pastillas para no soñar". Y a las 23:05, el matador se subió al tren y se fue.