No lo puse en el post anterior, en realidad no quise decirlo, peero yo soy el Árbol.
El apodo, cuyo origen, repito, me llevaré a la tumba, me lo puso un chango que ya ni me acuerdo cómo se llama (ya le preguntaré a Simón) pero se me quedó por años y de hecho la gente que me conoció allá por mis 15 años, con cariño me dice así.
Sí fui un delincuente juvenil y creo que Slim no era dueño de Sanborns en ese entonces, y qué bueno porque sino me cobraría tanto robo-hormiga, robo-escabajo y robo-grúa.
Con el Chori y el Coco mantuve cierta comunicación porque la vida nos llevó juntos al mismo grupo de cuarto de Prepa en la 6 y a los tres nos tocó bola blanca y marchamos para hacer el Servicio Militar Nacional en el Campo Militar número Uno.
Parecíamos triates, pero como a que a mí me fue cayendo el 20 que eso de ser un granuja no me iba a llevar muy lejos, además de que ser un peladazo tampoco me iba a traer muchas simpatías femeninas, o por lo menos no del tipo que yo buscaba, así que antes de empezar el quinto de Prepa, aunque nos veíamos mus seguido en los pasillos, nos convertimos en extraños.
Al Chori lo vi hace poco, con la misma camisa a cuadros, tipo leñador, que usaba en la secu, los mismos jeans guangos, pero ahora con una frente que le daba casi hasta la parte occipital. Lo malo es que era el mismo lenguaje alburero y comportamiento juvenil.
Al Coco lo ví y me impresionó verlo totalmente calvo y pensando unso 150 kilos, pero eso sí con la misma cara llena de pecas. Lo nuevo era que ya tenía diente incisivo, un camionetón tipo narco, esposa guapetona y dos chamacos. Me dijo que hacía negocios, no me dijo cuales, pero parece que le va bien, espero que no sea que haya seguido en el ramo de la delincuencia.
¿Cómo me habrán visto ellos?
25 marzo, 2009
20 marzo, 2009
El Chori, el Coco y el Árbol
¡Bájate de ahí!, ¡te vas a matar! Gritó el maestro Terrazas al "Chori" el día que el director Filemón López Avendaño, le encargó la secundaria 45, mientras acudía a una junta distrital.
El profesor más temido conoció el infierno gracias a los tres secundarianos con la creatividad más calenturienta que se ha visto en la esquina de Esperanza y Cuauhtémoc.
Terrazas hostigaba a los cuatro grupos de tercero con su trigonometría y raíces cuadradas. Su asqueroso bigotito rojizo recortado apenas sobre los márgenes del labio superior, su suetercito marrón tejido de tres botones y su corbata de células, mitocondrias y núcleos, muy setentera, provocaban el terror en la clase.
Amigo de la humillación pública y el escarnio sobre el débil, "Terrascas" como le apodaban, también era un viejo verde, que para sus 45 parecía de 60, que no escondía sus lúbricas mañas sentando en la primera fila del salón a Adriana, Luz, Marisela, Tania y cuanta ya formada casi quinceañera de falda rabona le podía inspirar una mirada llena de viscosas intenciones.
Terrazas se regodeaba en su poder, ese podercito insignificante pero que a los alumnos nos parece el mayor problema del mundo en su momento, pero que viéndolo en perspectiva luego de unos años, es en su mayoría, sólo el reflejo de las frustraciones y carencias de alguien, sin vocación, que siente que es alguien echándole a perder un pedazo de sus vididtas a los granientos y hormonosos escuintles.
El Chori era un personaje del submundo narvarteño, con nariz de alcanza-queso, cuerpo de castor parado, vocabulario acuñado entre las enseñanzas de Zayas, Luis de Alba y todo el cine sexy-ficheras y anexas, mismo que 99 de 100 veces era una hilación de albures y que sin ton ni son terminaba cada frase con un "qué tal, qué tanto" o un "saaaaaaaco" lo cual le trajo después que esa palabra se convirtiera en otro apodo, para quien en la pila bautismal fue llamado Pedro, Piedrín.
El compinche número uno del "Chori" era el "Coco", cuyo verdadera identidad era Guillermo Ulises, pero no tenía cara de eso, sino de "Coco". Su pinta similar a la de Alfalfa lleno de pecas, se acentuaba en la ñoñez con las tallas chicas de su uniforme de suéter verde, polo blanca y pantalon "príncipe de Gales" con parche en la rodilla derecha. Pero no te podías dejar llevar por esa imagen de aparente inocencia, ni por la ventana que formaba en su mazorca la ausencia del incisivo derecho, ya que su precocidad y perversión eran dignas del capo más sangriento.
La comparsa de estos malandrines era "El Árbol". Uno de los mejores promedios del salón, pero sin mucho apego a la disciplina. El porqué de su apodo me lo llevaré a la tumba, pero no era ni por su engominado cabello al estilo Vaselina, ni por que lo dejaran plantado ni nada de eso. Digamos que sus calificaciones eran la mejor coartada para las acciones criminales del trío.
Esa mañana, la tercia de rufianes se propuso dejar a Terrazas con un imbécil delante de toda la escuela, por... nada más porque sí. El expediente delictivo de los tres amigos incluía una extensa serie de robos hormiga a la sección de LP's de todos los Sanborn's que existían en ese momento. La técnica, aprovechando que no había códigos de barras ni sensores en las puertas, con dos discos viejos se parapetaban hasta 50 viniles de un jalón y salían tan campantes, con la sangre fría que sólo puede proveer la inconsciencia.
Luego, esos acetatos terminaban regalados entre los amigos, las pretenzas y piernudas que los veían como el Robin Hood de los sin dinero para música y eso llegó a granjearles los favores de no menos una interesada.
Sus otras travesuras incluían bailes eróticos entre clases y las clásicas tareas del calzón chino, poste y burro tamalado, pero llevadas al extremo.
Por eso, como quise empezar a contar, pero yo solito me interrumpí, esa mañana que Filemón ("Dirpelón" para los cuates) fue a una junta, seguro con Elba Esther, todo iba bien para Terrazas, hasta que dieron las 10:50, hora del descanso.
Desde el primer balcón de las escaleras, Terrazas contemplaba a los pubertos llenos de clearasil, mientras un grupo de albañiles pintaba el impermeabilizaba los edificios de la secu.
Sin un plan preconcebido de por medio comenzó el motín. El "Coco" se lanzó a apredear a los albañiles que como afganos rencorosos respondieron a la agresión desde el techo. Pronto eso era una lluvia de pequeñas piedritas negras, como las que forman el asfalto. El eco del micrófono de Terrazas amenazaba al Coco con la suspensión, expulsión y ex comunión, pero a la voz de "todo el que haga lo mismo correrá con la misma suerte", media secundaria se unió al despapaye.
No sé por qué pero no puedes retar a un secundariano a no portarse mal, porque es un llamado inmediato a la sublevación. Entre la confusión, el "Árbol" reclutó al "Gato" para hurtar el aparato que proveía del sonido local a la escuela. Era una especie de estéreo industrial, con radio y salida para dos micros.
El problema es que estaba en el salón de música y ahí reposaba doña María Santarelli, anciana boteriana que nunca se podía parar del banquillo de su piano porque su trasero descomunal no le permitía moverse con soltura. El plan fue que mientras el "Árbol", aparente estudiante modelo, se apersonó frente a la maestra que ya sólo lucía dos dientes arriba y dos abajo en toda su boca, y le sacó plática sobre el concurso de entonación del Himno Nacional que se llevaría a cabo una semana después, el "Gato" sacaría el estéreo.
La "mayra", también conocida como "Panzarelli", se sintió halagada por la visita, y ajena al bullicio exterior no se percató que mientras ella hablaba de Nunó y Bocanegra, el "Gato" introdujo sus garras por el pequeño hueco que quedaba entre las ventana que tenía visagra en la parte superior y una reja que le daba aspecto de cárcel a las ventanas de la escuela.
Con la habilidad que envidiaría Houdini, los brazos del "Gato" sustrajeron el estéreo, desconectando el micrófono, sin que alguien pudiera notarlo. Acto seguido el estéreo fue a dar al portafolios Sansonite jumbo del "Árbol", cuyos útiles se repartieron entre los compinches del tercero "B" que por ser parte del conflicto y esas ganas de ser malos, ayudaron a los maleantes.
Terrazas corrió al salón de música, pero cuando llegó ya no había estéreo y ni el "Árbol" ni la profesora sabían dónde estaba. El pobre hombre estaba fuera de sí y exigía compostura.
La hora del descanso se había extinguido y el patio era como la sabana cuando los leones salen a cazar: un corredero alocado de gacelas y cheetas, que gozaban el libertinaje.
El maestro se dispuso a tocar el tiembre, pero no contaba con que el "Coco", estudiante del taller de electrónica hurtó, los fusibles y no había luz. A gritos, Terrazas intentaba hacer que se formara el estudiantado, pero fue en vano, y para rematarla el "Chori", en el acto supremo de la heroicidad adolescente, tomó un andamio, de esos donde se sientan los albañiles y que mediante una polea sirven para subir colgados junto a una pared, y comenzó a jalar de la cuerda para terminar justo en el quicio de la ventana del tercer piso, del salón de tercero A, junto a las escaleras.
Terrazas enloqueció, creo que hasta se le llenaron de lágrimas los ojos. "¡Bájate de ahí!, ¡te vas a matar!", vociferó exultando ira, pero se oían más las risas del Chori y compañía.
El descanso nunca terminó, el maestro, que creo no contaba con la simpatía del resto de los maestros porque nadie lo ayudó, resolvió el maremagnum abriendo las puertas y dejando salir a todos a las 12:00, casi dos horas antes.
El castigo, como en buena historia, nunca llegó, Terrazas quiso reprobarlos, pero tenían promedios aceptables, quiso quitarles la carta de buena conducta, pero no pudo hacerlo porque tuvo que eliminar de su reporte las faltas más graves por miedo a quedar como un tonto frente a Filemón. Lo más que pudo fue recuperar el estéreo dos semanas después, no sin antes haber cedido en aprobar a más de 20 que tenía reprobados, y así no pasar a la historia como un inútil que no pudo contralar una mañana a 700 inocentes alumnos. Claro ni que fuera algo del otro mundo.
El profesor más temido conoció el infierno gracias a los tres secundarianos con la creatividad más calenturienta que se ha visto en la esquina de Esperanza y Cuauhtémoc.
Terrazas hostigaba a los cuatro grupos de tercero con su trigonometría y raíces cuadradas. Su asqueroso bigotito rojizo recortado apenas sobre los márgenes del labio superior, su suetercito marrón tejido de tres botones y su corbata de células, mitocondrias y núcleos, muy setentera, provocaban el terror en la clase.
Amigo de la humillación pública y el escarnio sobre el débil, "Terrascas" como le apodaban, también era un viejo verde, que para sus 45 parecía de 60, que no escondía sus lúbricas mañas sentando en la primera fila del salón a Adriana, Luz, Marisela, Tania y cuanta ya formada casi quinceañera de falda rabona le podía inspirar una mirada llena de viscosas intenciones.
Terrazas se regodeaba en su poder, ese podercito insignificante pero que a los alumnos nos parece el mayor problema del mundo en su momento, pero que viéndolo en perspectiva luego de unos años, es en su mayoría, sólo el reflejo de las frustraciones y carencias de alguien, sin vocación, que siente que es alguien echándole a perder un pedazo de sus vididtas a los granientos y hormonosos escuintles.
El Chori era un personaje del submundo narvarteño, con nariz de alcanza-queso, cuerpo de castor parado, vocabulario acuñado entre las enseñanzas de Zayas, Luis de Alba y todo el cine sexy-ficheras y anexas, mismo que 99 de 100 veces era una hilación de albures y que sin ton ni son terminaba cada frase con un "qué tal, qué tanto" o un "saaaaaaaco" lo cual le trajo después que esa palabra se convirtiera en otro apodo, para quien en la pila bautismal fue llamado Pedro, Piedrín.
El compinche número uno del "Chori" era el "Coco", cuyo verdadera identidad era Guillermo Ulises, pero no tenía cara de eso, sino de "Coco". Su pinta similar a la de Alfalfa lleno de pecas, se acentuaba en la ñoñez con las tallas chicas de su uniforme de suéter verde, polo blanca y pantalon "príncipe de Gales" con parche en la rodilla derecha. Pero no te podías dejar llevar por esa imagen de aparente inocencia, ni por la ventana que formaba en su mazorca la ausencia del incisivo derecho, ya que su precocidad y perversión eran dignas del capo más sangriento.
La comparsa de estos malandrines era "El Árbol". Uno de los mejores promedios del salón, pero sin mucho apego a la disciplina. El porqué de su apodo me lo llevaré a la tumba, pero no era ni por su engominado cabello al estilo Vaselina, ni por que lo dejaran plantado ni nada de eso. Digamos que sus calificaciones eran la mejor coartada para las acciones criminales del trío.
Esa mañana, la tercia de rufianes se propuso dejar a Terrazas con un imbécil delante de toda la escuela, por... nada más porque sí. El expediente delictivo de los tres amigos incluía una extensa serie de robos hormiga a la sección de LP's de todos los Sanborn's que existían en ese momento. La técnica, aprovechando que no había códigos de barras ni sensores en las puertas, con dos discos viejos se parapetaban hasta 50 viniles de un jalón y salían tan campantes, con la sangre fría que sólo puede proveer la inconsciencia.
Luego, esos acetatos terminaban regalados entre los amigos, las pretenzas y piernudas que los veían como el Robin Hood de los sin dinero para música y eso llegó a granjearles los favores de no menos una interesada.
Sus otras travesuras incluían bailes eróticos entre clases y las clásicas tareas del calzón chino, poste y burro tamalado, pero llevadas al extremo.
Por eso, como quise empezar a contar, pero yo solito me interrumpí, esa mañana que Filemón ("Dirpelón" para los cuates) fue a una junta, seguro con Elba Esther, todo iba bien para Terrazas, hasta que dieron las 10:50, hora del descanso.
Desde el primer balcón de las escaleras, Terrazas contemplaba a los pubertos llenos de clearasil, mientras un grupo de albañiles pintaba el impermeabilizaba los edificios de la secu.
Sin un plan preconcebido de por medio comenzó el motín. El "Coco" se lanzó a apredear a los albañiles que como afganos rencorosos respondieron a la agresión desde el techo. Pronto eso era una lluvia de pequeñas piedritas negras, como las que forman el asfalto. El eco del micrófono de Terrazas amenazaba al Coco con la suspensión, expulsión y ex comunión, pero a la voz de "todo el que haga lo mismo correrá con la misma suerte", media secundaria se unió al despapaye.
No sé por qué pero no puedes retar a un secundariano a no portarse mal, porque es un llamado inmediato a la sublevación. Entre la confusión, el "Árbol" reclutó al "Gato" para hurtar el aparato que proveía del sonido local a la escuela. Era una especie de estéreo industrial, con radio y salida para dos micros.
El problema es que estaba en el salón de música y ahí reposaba doña María Santarelli, anciana boteriana que nunca se podía parar del banquillo de su piano porque su trasero descomunal no le permitía moverse con soltura. El plan fue que mientras el "Árbol", aparente estudiante modelo, se apersonó frente a la maestra que ya sólo lucía dos dientes arriba y dos abajo en toda su boca, y le sacó plática sobre el concurso de entonación del Himno Nacional que se llevaría a cabo una semana después, el "Gato" sacaría el estéreo.
La "mayra", también conocida como "Panzarelli", se sintió halagada por la visita, y ajena al bullicio exterior no se percató que mientras ella hablaba de Nunó y Bocanegra, el "Gato" introdujo sus garras por el pequeño hueco que quedaba entre las ventana que tenía visagra en la parte superior y una reja que le daba aspecto de cárcel a las ventanas de la escuela.
Con la habilidad que envidiaría Houdini, los brazos del "Gato" sustrajeron el estéreo, desconectando el micrófono, sin que alguien pudiera notarlo. Acto seguido el estéreo fue a dar al portafolios Sansonite jumbo del "Árbol", cuyos útiles se repartieron entre los compinches del tercero "B" que por ser parte del conflicto y esas ganas de ser malos, ayudaron a los maleantes.
Terrazas corrió al salón de música, pero cuando llegó ya no había estéreo y ni el "Árbol" ni la profesora sabían dónde estaba. El pobre hombre estaba fuera de sí y exigía compostura.
La hora del descanso se había extinguido y el patio era como la sabana cuando los leones salen a cazar: un corredero alocado de gacelas y cheetas, que gozaban el libertinaje.
El maestro se dispuso a tocar el tiembre, pero no contaba con que el "Coco", estudiante del taller de electrónica hurtó, los fusibles y no había luz. A gritos, Terrazas intentaba hacer que se formara el estudiantado, pero fue en vano, y para rematarla el "Chori", en el acto supremo de la heroicidad adolescente, tomó un andamio, de esos donde se sientan los albañiles y que mediante una polea sirven para subir colgados junto a una pared, y comenzó a jalar de la cuerda para terminar justo en el quicio de la ventana del tercer piso, del salón de tercero A, junto a las escaleras.
Terrazas enloqueció, creo que hasta se le llenaron de lágrimas los ojos. "¡Bájate de ahí!, ¡te vas a matar!", vociferó exultando ira, pero se oían más las risas del Chori y compañía.
El descanso nunca terminó, el maestro, que creo no contaba con la simpatía del resto de los maestros porque nadie lo ayudó, resolvió el maremagnum abriendo las puertas y dejando salir a todos a las 12:00, casi dos horas antes.
El castigo, como en buena historia, nunca llegó, Terrazas quiso reprobarlos, pero tenían promedios aceptables, quiso quitarles la carta de buena conducta, pero no pudo hacerlo porque tuvo que eliminar de su reporte las faltas más graves por miedo a quedar como un tonto frente a Filemón. Lo más que pudo fue recuperar el estéreo dos semanas después, no sin antes haber cedido en aprobar a más de 20 que tenía reprobados, y así no pasar a la historia como un inútil que no pudo contralar una mañana a 700 inocentes alumnos. Claro ni que fuera algo del otro mundo.
19 marzo, 2009
Monsieur Madrid
Cuando éramos más jóvenes cantábamos en corro ".. aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia", aullábamos "Sin tu latido" y regurgitábamos "Princesa". Brindábamos porque el pasado no existe y el futuro es una mierda. El ron era agua de uso, la cerveza para lavar las tripas y los pitillos los segunderos que se consumían uno tras otro, hasta que, en esa hora maldita, nos cruzábamos con el trabajador en la calle.
Dábamos de beber a los dioses para evitar el gafe. Teníamos algo que llorar, algo que reír, pero sobre todo mucho que cantar. De Diagonal de San Antonio a Atocha, pasando por Reina, Cerro San Andrés y Cuauhtémoc, el gañote se secaba despellejando a los cretinos, aplaudiendo a los valientes y entonando a los maestros, pero se bañaba en nombre de la familia que se escoge, de los camaradas por los que la vida va en prenda a cada paso.
Seguimos la ruta del dolor de Asha a la Camerata. El polaco pedía que se tomaran las medidas, la rat peinaba su gigantesco copete y ella, siempre fiel, nos cuidaba. El casero apareció y enloqueció por las paredes pinchadas, pero eso poco nos importó, apenas bajamos del Renfe la Casa de Campo nos vio hacer el dominó humano, levantar el puño izquierdo frente a Anguita y recibir la crónica de Rubén de aquél beso entre dos amigas que empezó en la frente y terminó en el ombligo.
El discípulo de Morin, el mejor de todos, hizo de aquel 97 el año de Madrid. Lloramos toda la noche antes de abordar el KLM, lo que hoy vino a mi mente de nuevo al escuchar a Rodolfo llamar "Monsieur Madrid" a Joaquín en pleno recital en el Palacio de los Congresos, pero por esta vez me va a perdonar, porque el único y auténtico "Monsieur Madrid", sabe a mota.
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