11 septiembre, 2007

Del Batey a Tamuín (Tercera parte)

Trabajos bizarros o lo que es lo mismo para comer hay que hacer (casi) de todo.

2.- Fotógrafo campesino
Mi servicio social de la carrera de comunicación lo hice en la Confederación Nacional Campesina, brazo rural del PRI, y no es que en la universidad fuera un podrido priista, pero sí busqué mercenariamente un servicio social donde pagaran, y sí, por 500 pesos al mes vendí mi alma a Luis Donaldo Colosio, entonces líder del tricolor.
Maximiliano Silerio Esparza era nuestro líder, pero en realidad yo trabajaba para el diputado, Hugo Andrés Araujo, compadre de Carlos Salinas de Gortari y amigo de Muñoz Rocha.
Ahí me di de topes con el periodismo mexicano desde mi trinchera en el área de comunicación social. Conocí de cerca al chayo pero nunca le di la mano, pero eso es materia aparte, mi trabajo bizarro, por más fascinante que parezca hacer boletines para la fuente campesina, vino después cuando ya como empleado no como servicio social, pasé por momentos a las filas de las campesinas Chanel.
Estas féminas encopetadas vestían dos veces por semana huipiles tipo Beatriz Paredes con bolsas Prada, y el resto de la semana modelitos de alta costura que acompañaban con un rebozo de seda. Eran las esposas del Comité Ejecutivo de la CNC: unas campesinas cuyos únicos animales de corral eran unos hijos malcriados y anorteñados.
Estas primeras damas, como todas las primeras damas de este país (las de los gobiernos, las empresas y los periódicos, incluidas las que creen que lo serán y no se dan cuenta que el susudicho batea chueco, es misógino, no gasta ni en papel de baño, porque vive en en el edificio del diario, ah, pero esa es otra historia) se creían dueñas de la chamba de sus viejos y "sentían un fuerte compromiso con las causas nobles y sociales de este país".
Pues la mera-mera vieja del diputado Araujo, ya entonces líder cenecista, me agarró de su fotógrafo oficial. Primero, lo cual disfruté mucho, me puso a hacer un catálogo de maravillosas artesanías de todo el país con la idea guajira de crear una gran empresa que las comercializara en todo el mundo. Lo hice y quedó muy bien, y miren que no soy un Joel Zamora de la lente, tengo las orejas en su lugar y a pesar de eso hago mis fotitos.
El problema vino después. En una gira por la Huasteca Potosina, fuimos a un impresionante lugar llamado Tamuín, justo dentro de esa mancha verde, a un lado de Ciudad Valles a horas y horas de San Luis Potosí.
Las señoras huastecas inmediatamente me cayeron bien. Curiosos seres medio redondos de no más de 1.50 metros de altura, envueltas en vestidos enormes y coloridos, peinadas con trenzas que les duplican el tamaño y que no hablan ni una palabra de español.
Me dejaban que les tomara fotos a sus hijos entre las inmensas raíces de los árboles que cada dos pasos dominan sus tierras. Ahí, la señora Araujo prometió solemnemente invitarlas un día a la Ciudad de México a pasar unas vacaciones, pero inmediatamente que brincan sus maridos y que dicen, "no, estas mujeres no pueden dormir ni una noche fuera de la casa" (pus sí, no vaya a ser que un chilango se las baje).
Confiado regrese al DF pensando que nunca volvería a ver a las huastequitas, pero ¡Oh destino!, nos volvió a juntar. Resulta que la esposa del H. Líder consiguió el permiso de los maridos con la condición de salieran en la madrugada de sus casas y que volvieran en la otra madrugada, con lo que ya no sentían que se habían ido a echar a un petate ajeno.
Así es que llegaron las huastecas, y la campesina Chanel número uno me encomendó ser el fotógrafo, guía de turistas y espiritual de 30 indígenas sueltas en el defectuoso.
La misión tenía un tour inverosímil: CNC, Zócalo, Centro Médico, Cámara de Diputados, Pirámides, Basílica y Polanco... ¡en un sólo día!
Pues ahí me tienen organizando lonches, camiones, porque también las Chanel fueron al tour.
Desde las 5 de la mañana llegaron mis invitadas, que me recibieron entre persignadas y risas tipo India María, muy tiernas todas. La más joven tendría unos 15 años y la más vieja unos 180, una bolita de 1.20 de trenzas largas, largas, largas que no emitía ningún sonido más que cuando huaracheaba para caminar.
De volada hicimos un pisa y corre entre CNC, Zócalo, Centro Médico y Cámara (donde eran vistas como bichos raros). El sistema era llegar decirles, aunque no me entendieran mucho, dónde estábamos y qué se hacía ahí y luego las fotos grupales e individuales con la lideresa.
De ahí a la Basílica en chinga. Eso sí, escoltados por patrullas y todo, porque sino el tráfico nos hubiera matado. Como en cada escala, me bajé del camión y ayudé a bajar una por una cada campesina, de las reales y de las fashion, luego comencé a contar la historia de la Basílica caminando al frente del grupo, ya en la explanda previa al atrio, de repente me quedé hablando solo, cuando giré la cabeza no vi a ninguna. ¿Las perdí?, ¡me las van a cobrar como si fueran bailarinas checas!, ¡sus maridos me van a lapidar en la microplaza de Tamuín!, pero por fin respiré cuando bajé la cabeza ¡poc!, las vi a todas de rodillas rece que rece, avanzando como tortuguitas hasta la iglesia.
Tardamos como una hora en llegar, ninguna se atrevía ponerse de pie frente a la Morenita y mucho menos darle la espalda. Iban en trance.
De regreso en el camión, a destapar lata por lata del refresco porque las santas señoras no se animaban a hacerlo por si mismas, bueno, la primera vez, porque una vez en confianza, las abrían y festejaban el hacerlo como si hubiera metido un gol el Cachorros de San Luis.
Nos encaminamos, con todo y patrullas, hacia las Pirámides, ahí afortunadamente todas en dos patas avanzaron hasta la del Sol y la admiraron desde abajo, atónitas.
Mi pecado fue decirles "¿quieren subir?" porque todas quisieron, pero no podían hacerlo todas sin ayuda. En total subí la pirámide cinco veces, en cada viaje como una zarigüeya cargando varias huastequitas que se me aferraban como koalas, incluida la venerablede 180 años.
Una vez arriba, a tomarles la foto del recuerdo y a espantar a los pinches gringos que a huevo querían tomarles fotos como si fueran joyas arqueológicas vivientes. Eso me enojó mucho, pensaban que estaban en un parque temático y que las huastecas eran botargas tipo Mickey Mouse para el disfrute de los turistas, y no, ellas eran turistas.
Con la lengua de fuera me subí al camión y mis huastequitas, en premio, me cantaron una canción por haberlas ayudado. Contra todos los pronósticos estábamos en Polanco a las 7 de la noche y era curioso ver cómo las marías que vendían pepitas en la calle se admiraban de ver bajar de camiones con aire acondicionado, a unas iguales a ellas pero ataviadas con gorras rojas y cocas en la mano.
Ya encarrerado el gato las metí al metro, ese que tiene unas escaleras eléctricas gigantescas. Toda una odisea, nunca me imaginé que alguien le tuviera miedo a unas escaleras automáticas, pero era lógico, nunca habían visto algo así en su vida. Pues ahí te voy, y subí una por una, del brazo a cada señora a las escaleras. Sus risas se oían con eco en toda la estación, era como el Batman The Ride para ellas. Luego a comprar los boletos, su asombro reapareció con los torniquetes. Maravillosas las viejas. Ver llegar el metro a través del túnel con ellas fue como ver un ovni, y cuando se subieron se sentían como Neil Armstrong.
Pero todo lo bueno termina y de ahí las tuve que despachar con sus maridos, no sin antes llevarme una porra, que si he de ser sincero me conmovió. Llegaron antes de que amaneciera a Tamuín, pero fueron mías todo un día, sólo mías.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ERES NO SÓLO EL GUÍA, SINO QUE EL PERVERTIDOR DE MUJERES AUTÓCTONAS EN EL DF.

VAYA TOUR TAN DEFECTUOSO QUE EN VERDAD HICISTE, PERO ME DA GUSTO QUE EL RECUERDO DE ESAS HORAS SIGA MANTENIÉNDOSE EN TU CABEZA.

ABRAZO IN PHIDÉLICO.

Chey dijo...

Aunque suena a una chinga, este relato lo vas a seguir contando cuando tengas 90 años.
Está chingóoooooooooooooon